Esta vez había que madrugar un poco
más que en otras salidas pues la ruta era larga. El día ameneció soleado y,
aunque salimos con una buena puntualidad, pronto nos dimos cuenta de que ni una
circunstancia ni la otra iban a ser los protagonistas de la jornada. Ya en Aranda
nos tocó esperar un buen rato al segundo grupo y durante el camino de ida hasta
Lerma (donde repostamos) el aire en contra nos ralentizó la marcha y nos hizo
pasar un “frío del carajo”. Dos horas largas más tarde llegamos a
Quintanilla sin incidencias, todos, pero con bastante retraso.
Allí nos recibió la mujer de Félix y
nos llevó hasta a la entrada del recinto, la verdad es que desde fuera no te
haces ni idea de lo que vas a ver. Se accede a través de unas puertas
carreteras de las de corral “de toda la vida” y llegas a una
placita muy coqueta donde recibes la primera explicación y donde empiezas a
abrir los ojos (mejor dicho, empiezas a alucinar) aunque todavía de forma
tímida. Sigues por unos soportales donde ves los primeros habitáculos, arcos,
rincones y plazas temáticas que te llevan hasta la plaza grande. En este punto
ya tienes abiertos del todo los ojos (alucinado del todo) y forzando hacia
arriba las cejas piensas, este hombre es un artista, un iluminado, un loco o
una mezcla de todo… Y es
que a lo largo de estos años ha ido recogiendo lo que en
cualquier otro sitio son “zarrias” (machones, adobes, piedras,
trastos viejos en general) y los ha ido reutilizando para sus construcciones.
Hay tienda, bar, escuelas, patio de comedias, hasta una ermita, es más, ya
tiene puestos los cimientos de una nueva plaza, no sé con que nos sorprenderá
esta vez…. Al finalizar la visita pasamos por el taller de trabajo donde
nos tenía preparadas dos placas de barro para inmortalizar nuestra visita, una
para los niños donde plasmaron sus manos y sus dibujos, y otra para el Club
donde nos dejó poner lo que quisiéramos, allí dejamos ambas a la espera del
horno. Las prisas del anfitrión (tenía que llevar el palio en la procesión del
Corpus) nos obligó a una despedida acelerada, a una foto del grupo a la carrera
y a cerrar nosotros mismos la valla de su casa. Lo que sí nos dio tiempo es a
quedar para una nueva visita más pausada con motivo de nuestra motoabuelada.
De ahí nos fuimos a la preciosa Covarrubias
donde nos tomamos un aperitivo (había ganas, estábamos sin almorzar),
disfrutamos de sus calles, nos cruzamos con la procesión del Corpus, vimos por
la tele como se caía Marquez a falta de dos vueltas y nos fuimos a comer. El
menú correcto, la sobremesa cordial, a los postres Luis nos comentó a grandes
rasgos la próxima salida oficial, echamos una última parrafada en la calle e
iniciamos el camino de vuelta.
Al poco de salir nos equivocamos de
cruce y fuimos a dar a un pueblo donde acababa la carretera y tuvimos que
darnos la vuelta. A
continuación nos desviamos por una carreterucha muy estrecha que sube a un
mirador natural, pero qué casualidad hombre, en un tramo donde la cuneta
derecha es un precipicio y la izquierda un muro de piedra, que no ve dos coches
juntos desde “ni se sabe cuando”, coincidimos de frente con una
furgoneta, un todo terreno y dos coches que bajaban. Las motos pasan sin
problema pero los sides no. El señor de la furgo ni se tan siquiera se baja, se
limita a decir que no cabemos y que el va cargado y no puede salirse de la carretera. Después
de darle muchas vueltas y viendo la pasividad del fulano no tuvimos más remedio
que sacar los sides y el coche escoba de la carretera, previa búsqueda del
lugar menos malo, para que el “señorito y su séquito” pasaran tan
ricamente y todo esto sin un triste agradecimiento ni una señal de complicidad,
“que huev…. que tenía el tío”. Pasado el “mal trago”
logramos llegar a lo más alto donde fuimos testigos de las maravillosas vistas
(kilómetros y más kilómetros), de la “rasca” que allí corría y de un
nuevo contratiempo. La moto de Isidro rompía un cable y no se podía reemplazar
porque se había metido la carcasa dentro del chasis y no entraba por el hueco,
había que estrenar el carro del coche escoba pero el side no cabía. Haciendo una “de
malabares” lo acoplamos como buenamente se pudo y seguimos la marcha. Bajamos a
la carretera principal y allí Javi nos hizo una demostración de cómo una Vespa
puede circular por la cuneta, había pinchado la rueda trasera y a duras penas
había conservado el equilibrio. Cambio de rueda y ya si, con el aire a favor
pudimos llegar, tarde (de nuevo), pero sanos.
En fin, que el día pasó, que la ruta
estuvo más que entretenida, que hicimos un par de visitas muy recomendables y que
llegamos, que es lo importante. Por tanto, objetivo cumplido y a por la
siguiente, que la sierra alcarreña nos espera...
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