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VISITA AL MUSEO DE LOS AROMAS. 24 DE MARZO DE 2013. CRONICA.


Ya teníamos ganas de sacar de paseo a nuestras motoabuelas, aunque la verdad es que estábamos más pendientes del cielo que de la propia ruta. La participación inicial de personas era alta pero el de motos se dejaba en suspenso hasta la hora de salida.
Amaneció el día como todos los de este invierno, con nubes cerradas y una seria amenaza de mojarnos en algún momento de la mañana pero, como no llovía en ese momento, las motos que se presentaron en el frontón eran unas cuantas. Salimos con puntualidad exquisita e iniciamos la ruta prevista por la carretera de Hontagas. En el camino se nos fueron uniendo participantes, tal como estaba previsto, hasta que en Milagros paramos ante la duda de por donde continuar la ruta al haber dos carreteras alternativas. Allí tuvimos el primer percance con un embrague revoltoso que, eso sí, no nos impidió llegar al almuerzo, bien preparado, amplio, surtido y de buen comer. Tras el ágape, momento que además sirvió para reparar cuestiones varias, continuamos nuestro camino hasta Santa Cruz.

En el Museo ya nos estaban esperando, nos dividieron en dos grupos e iniciamos el recorrido, las explicaciones y la colección de olores. La verdad, es sorprendente como se puede montar un espacio dedicado a la nariz, esa parte del cuerpo que parece estar solo reservada para el pañuelo o para los adjetivos (des)calificativos y que sin embargo tan bien nos abrieron al mundo de las sensaciones. No me quiero extender demasiado pero si quiero dejar constancia de lo impresionados que salimos unos cuantos con algunos de los datos que nos dieron y, sobre todo, de lo torpes que andamos a la hora de identificar muchos de los olores allí resguardados. Al salir nos dimos cuenta de lo productivo de la visita desde otro punto de vista, había llovido y nos había pillado bajo techo.

Con esas dos gotillas todavía recientes y con el temor de que se repitieran, retornamos lo más rápido (o lo menos lento) que pudimos el camino de regreso hasta las cocheras, a la espera del remate final de la jornada, la comida, a la que ya íbamos a ir en coche.

Con un poco de retraso y con el comedor del restaurante solo para nosotros, dimos buena cuenta de un impresionante cocido (salvo niños y honrosas excepciones), encarado con dificultad pero al que no dimos la espalda en ningún momento. 

En definitiva una buena jornada de convivencia, la primera del año, además de una buena ocasión para comprobar que, después de tanto tiempo apretándonos el cinturón, hay ocasiones en las que podemos aflojarlo, aunque solo sea para meternos el cocido en el cuerpo, y es que por algo hay que empezar….

Ah, por cierto, por la tarde cayó “la del pulpo”.

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